“Buenos días Encarnación dije caminando por la ciudad. Tú formabas parte del antiguo dominio de Itapúa, bondadoso cacique guaraní que llenaba de plantíos tus fértiles campiñas” (Concepción Leyes de Chávez). Así comenzaba una de las lecturas de mi infancia y tal vez haya sido mi primer contacto con Encarnación. Tuve la suerte de formarme con los libros de Concepción Leyes de Chávez, que me tocaron en los seis grados de la primaria. A partir de 1960 fueron excluidos esos libros de lectura para ser reemplazados por la sucesión de hojarascas producidas desde entonces por la dirigencia pseudonacionalista. Recordaba este pasaje de mi libro de lectura ayer cuando amanecí en Encarnación, hoy convertida en bella ciudad, pero en parte inundada por la represa de Yacyretâ. La noche antes participé de una cena de confraternidad con mis colegas, los Magistrados de Itapúa, por el día de la amistad, creado e instituido en nuestro país por iniciativa del gran paraguayo Dr. Artemio Bracho.
La Asociación de Magistrados Judiciales del Paraguay resolvió celebrar el día de la amistad en Encarnación como un reconocimiento a esa novel circunscripción judicial, considerada modelo por la probidad de sus Magistrados, así como por la densa y consistente jurisprudencia acumulada en esa región, en algunas ocasiones superior, por su contenido, a la producida en la capital. Compartió dicha cena con nosotros el Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Prof. Dr. Víctor Manuel Núñez, el Ministro de Corte Prof. Dr. Sindulfo Blanco y el Miembro del Consejo de la Magistratura Dr. Cristóbal Sánchez. El Ministro César Garay, Superintendente de Itapúa, estuvo ausente pero presentó sus escusas por razones de duelo.
El encuentro estuvo magnífico. Mucho esmero puso en la organización del evento el Presidente de la Asociación de Magistrados de Itapúa, Dr. Cristino Yeza Araujo, y la concurrencia fue aceptable, pero evidentemente inferior de lo que se esperaba. Llamativamente estuvieron ausentes el Presidente de la Circunscripción Judicial de Itapúa y varios connotados Camaristas. Supongo que cada cual habría tenido dificultades de índole personal, porque no puedo suponer que tan distinguidos colegas dejen de valorar el gesto de tan altas autoridades de concurrir a Itapúa para celebrar con ellos el día de la amistad. Mucho menos puedo creer que las nombradas autoridades tienen hoy escasa convocatoria por hallarse en las proximidades de la finalización de sus respectivos mandatos. Los Magistrados no somos ciudadanos comunes por la función que ejercemos y sabemos, o debemos saber, que las autoridades políticas de turno, incluidos los Ministros de la Corte, tienen poderes plenos hasta el último día de su mandato. Y como contrapartida también les debemos acatamiento, respeto y consideración hasta ese día en carácter de tales, sin perjuicio de lo que posteriormente les correspondería como personas, colegas y ex dignatarios de la nación. No me caben dudas de que los colegas de Itapúa están en conocimiento de esto y no se hallan influidos por la cultura ladina y especuladora del paraguayo común.
La Asociación de Magistrados Judiciales del Paraguay resolvió celebrar el día de la amistad en Encarnación como un reconocimiento a esa novel circunscripción judicial, considerada modelo por la probidad de sus Magistrados, así como por la densa y consistente jurisprudencia acumulada en esa región, en algunas ocasiones superior, por su contenido, a la producida en la capital. Compartió dicha cena con nosotros el Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Prof. Dr. Víctor Manuel Núñez, el Ministro de Corte Prof. Dr. Sindulfo Blanco y el Miembro del Consejo de la Magistratura Dr. Cristóbal Sánchez. El Ministro César Garay, Superintendente de Itapúa, estuvo ausente pero presentó sus escusas por razones de duelo.
El encuentro estuvo magnífico. Mucho esmero puso en la organización del evento el Presidente de la Asociación de Magistrados de Itapúa, Dr. Cristino Yeza Araujo, y la concurrencia fue aceptable, pero evidentemente inferior de lo que se esperaba. Llamativamente estuvieron ausentes el Presidente de la Circunscripción Judicial de Itapúa y varios connotados Camaristas. Supongo que cada cual habría tenido dificultades de índole personal, porque no puedo suponer que tan distinguidos colegas dejen de valorar el gesto de tan altas autoridades de concurrir a Itapúa para celebrar con ellos el día de la amistad. Mucho menos puedo creer que las nombradas autoridades tienen hoy escasa convocatoria por hallarse en las proximidades de la finalización de sus respectivos mandatos. Los Magistrados no somos ciudadanos comunes por la función que ejercemos y sabemos, o debemos saber, que las autoridades políticas de turno, incluidos los Ministros de la Corte, tienen poderes plenos hasta el último día de su mandato. Y como contrapartida también les debemos acatamiento, respeto y consideración hasta ese día en carácter de tales, sin perjuicio de lo que posteriormente les correspondería como personas, colegas y ex dignatarios de la nación. No me caben dudas de que los colegas de Itapúa están en conocimiento de esto y no se hallan influidos por la cultura ladina y especuladora del paraguayo común.
Pero si los ausentes faltaron al protocolo, tampoco lo cumplieron debidamente los organizadores. En este punto observé dos hechos negativos: 1) no fueron llevados a la mesa de honor el Ministro Blanco y el Dr. Cristóbal Sánchez; no sé, tal vez se hayan excusado para estar con la gente, pero no fue correcto; y 2) varios de los presentes se retiraron del acto antes que los Ministros y la comitiva del gremio que estábamos como visitantes. Fue un caso curioso, los anfitriones dejando a los invitados en el lugar de la cita. Una vez más la inobservancia del protocolo; siempre el protocolo, y la maldita rebeldía del paraguayo contra esas formalidades.
Y nos duele esta vez por Encarnación, la Circunscripción estrella, llamada así con justa razón, porque allí se está formando una judicatura de quilates, muy digna de Itapúa, región cuyo emblema es el trabajo. Itapúa es lo que quisiéramos que fuera todo el Paraguay, la tierra del trabajo creador y del desarrollo en todos los órdenes. Pero también es la tierra de la pluriculturalidad y de la libertad. Allí se refugiaron en épocas pasadas importantes contingentes de alemanes, rusos, polacos, ucranianos y japoneses, huidos de la barbarie europea y de la miseria del Japón; paradojas increíbles hoy pero lacerantes realidades en el pasado. Itapúa los acogió con los brazos abiertos de su pueblo afectuoso y de su tierra feraz y ubérrima; les brindó la libertad que buscaban, la seguridad jurídica, la tolerancia religiosa, la libertad de comercio y sobre todo un ambiente de intensa calidez humana.
La historia de los pueblos está llena de paradojas y de reveses. Es cosa de no creer que el pueblo paraguayo, hoy en diáspora por el mundo entero por causa de la miseria que sufrimos, haya sido en el pasado amparo y refugio de ciudadanos de tantas nacionalidades, provenientes de países con alta ilustración y ponderables riquezas. Lejos estábamos entonces de calificar de delincuentes a aquellos desesperados inmigrantes.
Y nos duele esta vez por Encarnación, la Circunscripción estrella, llamada así con justa razón, porque allí se está formando una judicatura de quilates, muy digna de Itapúa, región cuyo emblema es el trabajo. Itapúa es lo que quisiéramos que fuera todo el Paraguay, la tierra del trabajo creador y del desarrollo en todos los órdenes. Pero también es la tierra de la pluriculturalidad y de la libertad. Allí se refugiaron en épocas pasadas importantes contingentes de alemanes, rusos, polacos, ucranianos y japoneses, huidos de la barbarie europea y de la miseria del Japón; paradojas increíbles hoy pero lacerantes realidades en el pasado. Itapúa los acogió con los brazos abiertos de su pueblo afectuoso y de su tierra feraz y ubérrima; les brindó la libertad que buscaban, la seguridad jurídica, la tolerancia religiosa, la libertad de comercio y sobre todo un ambiente de intensa calidez humana.
La historia de los pueblos está llena de paradojas y de reveses. Es cosa de no creer que el pueblo paraguayo, hoy en diáspora por el mundo entero por causa de la miseria que sufrimos, haya sido en el pasado amparo y refugio de ciudadanos de tantas nacionalidades, provenientes de países con alta ilustración y ponderables riquezas. Lejos estábamos entonces de calificar de delincuentes a aquellos desesperados inmigrantes.
Por todo ello propongo que en Itapúa sea erigido el mayor monumento a la libertad y a la multiculturalidad que debe tener el Paraguay. El lugar apropiado es la cumbre del cerro de San Rafael. Allí debe erigirse un monumento gigantesco a donde podamos concurrir los paraguayos de todas las generaciones y orígenes, a rendir homenaje a la libertad. En el entorno de dicho gran monumento deben instalarse también los símbolos culturales de todos los pueblos sojuzgados, cuyos hijos se refugiaron en Itapúa. Para más, esta iniciativa ya tiene principio de ejecución; en la plaza central de Encarnación ya está erigido el busto de Taras Shevchenko, el gran poeta de la liberación de Ucrania. La anécdota es interesante: un intendente de la ciudad libró a disposición de todas las comunidades culturales la plaza central de la ciudad y les instó a que cada una de ellas instalara en un rincón el símbolo de sus respectivas culturas. La cuestión se hizo difícil. Se trataba de ponerse de acuerdo sobre la persona u objeto cultural que representa la síntesis de la cultura de cada uno de esos pueblos. Y sólo los ucranianos consensuaron: Taras Shevchenko, el poeta de la libertad. Ahora el turno es nuestro; el de los paraguayos hijos y víctimas de la gran diáspora nacional. Supongamos que a la colonia paraguaya hoy refugiada en Ucrania, le inste el alcalde de la ciudad de Kiev a erigir el símbolo de su cultura en una de las esquinas de la Plaza de la Independencia; y la pregunta de rigor: ¿qué cosa o quién representa la unidad esencial de la cultura paraguaya?.
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