La recordaba en estos días a Blanca López, ciudadana convencional, educadora cordillerana, presumiblemente natural de Valenzuela, con paradero desconocido para mí desde hace mucho. ¿Dónde estás compañera? o mejor, ¿Cómo estás? Hoy te recuerdo y te recordaré siempre porque sos la madre del vaso de leche que reciben los niños en las escuelas; o que debieron recibir mejor, porque justamente te recordaba al leer –una vez más en la prensa – que los gobernadores e intendentes se quedan con mucho del dinero destinado al vaso de leche.
Esta es la historia del artículo de la Constitución Nacional que habilita el complemento nutricional. La propuesta conocida como “del vaso de leche” fue presentada en la Convención por Blanca Miriam López, lo hizo ante la Comisión de Asuntos Generales. Allí se tiraban las propuestas raras y los temas no específicos tales como: los idiomas, el lavado de dinero, el cooperativismo, etc. Cuando tratamos en Comisión la propuesta de que el Estado provea de un vaso de leche a cada niño en las escuelas públicas, nos miramos los convencionales; era para nosotros tan insólito como imposible. Yo fui el más férreo adversario de la propuesta y me cupo fundamentar su rechazo: “En un país tan pobre, con un Estado ausente en tantas partes del país, sin organización para administrar semejante servicio, es impensable, decía yo y agregaba: esto es para Europa, para el primer mundo, etc. etc. “. La propuesta fue rechazada por unanimidad, pero al rato vino llegando a la sesión Blanca López y como yo estaba presidiendo la Comisión por ausencia del presidente, Ing. Gill, que había viajado a Caracas y qué bien lo recuerdo, Blanca me preguntó: ¿Cuándo se va a tratar mi propuesta, señor presidente?; y le contesté: lamento comunicarle, ciudadana convencional, que su propuesta acaba de ser rechazada. Protestó airadamente porque habíamos tratado el tema en su ausencia, sin haber escuchado a la proponente que era miembro genuino de nuestra Comisión y terminó llorando amargamente. Su llanto nos quebró el corazón pero además era evidente que habíamos cometido un error procedimental, por lo que propuse a los señores convencionales reconsiderar la propuesta en la próxima sesión y fue aceptada por unanimidad.
En la siguiente sesión presentó sus argumentos: “El niño campesino camina 3 0 4 kilómetros para llegar a la escuela y en el trayecto termina de digerir su liviano desayuno; entra a clase ya con apetito y dos horas después ya está con hambre y consecuentemente ya no puede concentrarse en lo que dice la maestra; por eso aprende muy poco. Además, nuestros niños no reciben en sus hogares la cantidad necesaria de leche para calsificar sus huesos, por la cual a los 20 años ya se los ve desdentados, etc, etc,”. Todo esto era verdad pero… el dinero, ¿de dónde el Estado puede sacar el dinero?, era la pregunta que nos hacíamos íntimamente, porque en verdad ya teníamos acordado entre todos que, por mantener las buenas relaciones, aceptaríamos la propuesta y giraríamos al pleno donde - todos estábamos seguros- sería rechazada indefectiblemente y tal vez hasta con hilaridad como muchas otras propuestas insólitas que aparecieron. Para más otro convencional osado le agregó a la propuesta que el Estado también debe proveer útiles escolares. Esto agravó la cuestión, pero al fin, así lo hicimos y Blanca se quedó contenta.
La propuesta fue tratada por el Pleno tres semanas después. Como vicepresidente a cargo de la Comisión responsable de la propuesta me caía de vergüenza; no sabía dónde meter la cara cuando el secretario leyó la propuesta de artículo, pero para sorpresa de todos, fue aprobada por unanimidad, con aplausos y como si fuera poco, todos los convencionales se pusieron de pie.
Yo no pude celebrarlo porque mi asombro subió de nivel; esa vez me dije: hasta qué grado llegó nuestra irresponsabilidad para sancionar semejante disposición constitucional que dispone: ART. 75.- (2ª parte). El Estado promoverá programas de complemento nutricional y suministro de útiles escolares para los alumnos de escasos recursos”. Pensé que jamás el Estado podría implementar, por falta de medios, pero ahora el planillerismo y otros mecanismos perversos utilizados para robar al Estado me hicieron cambiar de opinión. ¡Cuánto dinero se malgasta! ¡ Qué ingeniosos somos para robar las arcas del Estado! Evidentemente el desarrollo de este país depende del freno y control que se le ponga a la corrupción.
Nuestro novelista Gabriel Casaccia, el primero y benemérito, ha retratado de modo magistral este fenómeno que sufrimos de ir subiendo los grados de nuestro asombro ante la caída de la dignidad del paraguayo a abismos cada vez más profundos y no tocar nunca el fondo. Es simplemente demencial, psiquiátrico. ¿Acaso nuestros abuelos pudieron imaginar siquiera que prósperos gobernadores, robustos intendentes y otros altos funcionarios del Estado robarían a los escolares su vaso de leche?. ¿ Vos, Blanca, que tuviste la ingeniosa y patriótica idea, guiada por tu profesión de maestra y por la convicción de que el Estado sí puede, y que podrá conseguir el dinero necesario con solo dejar de priorizar cosas menos importantes, imaginaste acaso esto?.
Evidentemente esto hicimos bien, compañera, pero dejamos de tomar las previsiones necesarias para el control del uso del dinero público. Craso error. Hoy se usa sin control alguno y se roba a manos llenas. Debimos reglamentar férreamente la Contraloría General; debimos imaginar que nuestros administradores públicos van a ser paraguayos. Esto ya no se me pasará en la próxima convención nacional constituyente.
Hoy me inclino reverente ante Blanca López, valoro en grado sumo el pluralismo político y los principios del republicanismo, y me permito advertir de los peligros que entraña la corrupción para el sistema democrático, en todos los órdenes y en todos los sentidos.
Por Tadeo Zarratea
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